Gracias a Napoleón en 'buenaparte'

Dos comunidades lingüísticas en un mismo territorio. Separadas en norte y sur. Con la capital como nexo común. ¿Hogar de uno de los mejores ciclistas de la historia y auténtico mito del Tour de Francia? Porque comen mejillones con patatas fritas, y además presumen de ello

SAM EBER  |  2.5.2020

Dos comunidades lingüísticas en un mismo territorio. Separadas en norte y sur. Con la capital como nexo común. ¿Hogar de uno de los mejores ciclistas de la historia y auténtico mito del Tour de Francia? Porque comen mejillones con patatas fritas, y además presumen de ello, que sino les colocas rápido el pañuelico rojo. Hablamos de Bélgica. Donde la cultura cervecera adquiere todo su significado. Por algo la Unesco considera sus birras Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. 

Los Flamencos viven en la parte septentrional, cerca del mar. Mantienen sus raíces neerlandesas; país del que se independizó el actual reino de Bélgica en 1830. Los Valones, francófonos, habitan en la mitad meridional. Ambos hacen unas cervezas excelentes, que es lo que nos ocupa. 

Pero antes, un poco de historia. O de historieta, que no hay que dormirse. Que Bélgica sea un referente mundial en la producción de cerveza artesanal tiene su relación, alguna para nada menor, con personajes como Julio César, Carlomagno o Napoleón. También con la reforma protestante. Aunque es Bonaparte, sin quererlo, el que dio el paso definitivo para que hoy disfrutemos de ese tesoro que son las cervezas trapenses.

Por hacerlo fácil. Los celtas bebían cerveza. Eso lo tenemos claro. Los romanos preferían el vino. Con el avance de las legiones de los césares, el consumo de la dorada hidromiel se fue limitando a las zonas donde no llegaban. Y según Julio César, así lo dejó escrito en su crónica de ‘La guerra de las Galias’, los más fieros e indómitos guerreros resultaron ser los de la tribu de los Belgas. Siglos después, el merovingio Carlomagno sembró de abadías y conventos esa llanura en la que se han librado las más descarnadas batallas del continente. La casualidad, el devenir de los tiempos que cantaría alguno, quiso juntar las dos piedras sobre las que se edificaría una sector que hoy le recuerda al mundo que mucho más importante que el tamaño es la calidad y la variedad. En Bélgica, puede sorprender, no se produce mucha cerveza (en litros). España cocina más del doble. Pero sí elabora muchas cervezas. Unas 1.200 recetas conviven en un mercado rico en lo gastronómico que es la envidia de cualquier consumidor con criterio. Las lager se embarrilan. Las joyas (trapenses, krieks, lámbicas…) embotelladas. Cada una con su propia copa. Diseñada para resaltar las virtudes del estilo al que pertenece esa cerveza en concreto.

Pero volvamos al camino. La cultura cervecera milenaria y la existencia de comunidades religiosas no explica por sí solo el auge de un sector como éste. ¿Qué les lleva a los monjes a convertirse en brewers? La necesidad. Para qué engañarse. Sobrevivir, que es lo que mueve el mundo. Al final de la Edad Media (y a principio) la calidad del agua no era lo que nosotros consideraríamos potable. La birra, en cambio, al cocer en su elaboración, eliminaba la mayoría de los posibles patógenos. Así que era mejor beber cerveza que agua. Siempre lo ha sido (guiño, guiño). De aquí viene la cerveza de mesa que fue muy popular, incluso entre los niños, hasta las últimas décadas del siglo pasado. Con un 1,5% de alcohol era mucho mejor que beber refrescos o un agua sin las necesarias garantías sanitarias.

Aquella cerveza que se consumía en las abadías (dicen que los monjes se filtraban hasta cinco litros al día) pasó después de ser de consumo interno y se permitió su comercialización para sufragar los gastos de la comunidad religiosa y las reparaciones de sus edificios. Con las piezas perfectamente colocadas en el tablero, solo restaba un empujón para dar vida a lo que hoy conocemos como las cervezas trapenses y, por extensión, el centro cervecero que es Bélgica.

Y eso se lo debemos a Napoleón. A los excesos del Bonaparte, más bien. La revolución laica en Francia derivó también en persecución religiosa, lo que empujó a muchos monjes al exilio. ¿Dónde mejor que en las vecinas planicies en las que ya existían numerosas e importantes comunidades mendicantes?

En 1830 comenzó su actividad Westmalle. Le siguieron otras: Achel, Orval, Westvleteren… La producción de cerveza en Bélgica sufrió un imparable boom que le llevó a contar con cerca de 3.500 referencias. Hoy, aún, entrar en un local especializado y tomar la carta de cervezas en las manos es un espectáculo. Algunos tienen el grosor de un listín telefónico. La cerveza es algo muy serio en Bélgica y debemos aprender de ello. Cada estilo de cada marca tiene un embotellado, una guarda, un servicio y una cristalería diferente. Puro mimo para apreciar y disfrutar de la ciencia que hay detrás de la fermentación. Es un camino que hoy te invitamos a empezar a recorrer con nosotros. 

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